Sábado 9 de octubre, 2010
FRANCISCO CARTAGENA MENDEZ (EL JIMAGUA)
ACTIVISTA SOCIAL Y ESCRITOR
La persona que sufre episodios de pánico se siente súbitamente aterrorizada sin una razón evidente para sí misma o para los demás. Los ataques de pánico pueden ocurrir en cualquier momento o lugar sin previo aviso. Pánicos hay muchos, y de eso nuestros políticos y algunos líderes religiosos saben en cantidad.
“Pánico a los homosexuales” es el alegato de defensa del abogado del joven Luis M. Pérez Quiles, de 18 años, que mediante una acción intencionada y caracterizada por odio, intentó asesinar al periodista radial y homosexual José Raúl Arriaga al propinarle 20 puñaladas hace unas semanas.
Este tipo de alegato es muy peligroso en un país como el nuestro en donde el Estado es el principal impulsor del discrimen y la homofobia en contra de los homosexuales. Esto ha quedado evidenciado desde Jorge De Castro Font y la fallida resolución 99, las continuas expresiones homofóbicas del Presidente del Senado Thomás Rivera Schatz, en su aversión manifestada hacia la comunidad gay, y otras medidas legislativas discriminatorias como el proyecto del senado 1568 presentado por la senadora Lucy Arce y la resolución 107 avalada por 28 representantes liderados por Norman Ramírez.
Pero el pánico en Puerto Rico no es en contra de los homosexuales, sino que somos nosotros quienes lo padecemos. Pánico sentimos ante la decena de crímenes de odio a homosexuales y transexuales en tan solo un año. Al sentir a diario el clima de odio que es pagado por instituciones religiosas a políticos para ir en nuestra contra, utilizando como vehículo la casa de las leyes.
Aunque pánico también lo pudieran sentir estos dirigentes políticos, ya que podrían dejar de recibir tan exorbitantes diezmos eclesiásticos, sin poder engordar sus bolsillos y pagar sus campañas políticas. Esto sería así si otorgaran los derechos que por naturaleza jurídica y con carácter de justicia merecemos la comunidad gay. Como el derecho al matrimonio, a incluir a nuestras parejas en los planes médicos, tener derecho a la ley de herencia, una ley clara de no discrimen en el empleo por identidad sexual, entre otros.
El pánico a la homosexualidad no existe en Puerto Rico salvo en aquellas personas, políticos e instituciones que persisten en ver la homosexualidad como una conducta errada, pecaminosa o inmoral. La sociedad puertorriqueña que conocemos hoy es más inclusiva que antes, aspira a un país en donde lo que prevalezca sea el amor y la unión. No es una sociedad de pánico, Puerto Rico es otra cosa, pero no de histeria, no de odio, ni discrimen, eso no.
Para que el Estado contribuya a la disminución de la criminalidad y el mejoramiento de la calidad emocional de la ciudadana, debe comenzar por erradicar sus acciones discriminatorias. Nuestra constitución establece que “todos los hombres somos iguales ante la ley” pero ello es una expresión contradictoria en la realidad de la comunidad homosexual, que al no ser igual ante el Estado, carece de varios derechos de los que los heterosexuales gozan.
Un gobierno democrático debe estar centrado en otorgar iguales derechos y oportunidades y protege a toda persona sin cuestionar su identidad sexual, sin que ésta sea impedimento ha dicho otorgamiento. Provee recursos de manera equitativa a todos sus ciudadanos, realiza enmiendas a leyes antes excluyentes, ya que reconoce el proceso por el cual la realidad está cambiando y visualiza el conocimiento como un proceso que cambia constantemente de acuerdo a las experiencias vividas. Otorga importancia al aspecto afectivo, emocional y a la sensibilidad y reconoce las diferencias como positivas en una diversidad cambiante. Eso es lo que hace un gobierno justo y democrático, hacer lo contrario serían acciones de teocráticas y fascistas. Comentarios a eljimagua@live.com
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