viernes, 12 de septiembre de 2025

Libre Albedrío: ¿Don Divino o Libertad Condenada? - Francisco El Jimagua

 

Por: Francisco “El Jimagua” Cartagena Méndez
Escritor y Activista de Derechos Humanos Puertorriqueño

Propagar miedo en nombre de un “Dios consumidor” desde la condena fundamentalista es, sin duda alguna, una contradicción flagrante. Ese mismo Dios, etiquetado como “De Amor”, es también quien prohíbe juzgar y quien otorga a la humanidad el don del libre albedrío. Según el Evangelio, Dios no impone coerción, sino que invita a elegir con conciencia y libertad.

Por ello, quienes condenan continuamente a su prójimo —especialmente a grupos históricamente marginados— no solo exhiben lenguas discriminatorias, sino que se contradicen y se auto-condenan cada vez que lanzan un apotegma contra aquellos que ejercen su libertad para vivir sus vidas como mejor lo entiendan.

Cuando un religioso llama a una persona homosexual aberrante, sodomita, contra natura o pecador, está faltando al mandato divino de “No juzgar” y de “Amar al prójimo como a sí mismo”. Es como si ciertos sectores fundamentalistas utilizaran la Biblia como un instrumento de conveniencia, aplicando selectivamente condenas que refuerzan sus prejuicios, mientras ignoran otras que, según ese mismo texto, también serían motivo de juicio.

La Biblia condena prácticas como el divorcio, el consumo de cerdo y crustáceos, el afeitarse la cabeza, o el que una mujer predique en la congregación. Incluso prescribe castigos extremos como apedrear a los hijos desobedientes. Sin embargo, quienes condenan a las personas homosexuales suelen pasar por alto estas otras normas, que ellos mismos incumplen.

No es raro que quienes citan versículos como: “No te echarás con varón como con mujer; es abominación.” — Levítico 18:22, lo hagan ignorando el bochorno que implica aplicar selectivamente la ley, mientras viven bajo un techo de cristal roto por sus propios actos.

La Biblia también advierte: “Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, se os medirá.” — Mateo 7:2. Este versículo revela la hipocresía de quienes condenan sin examinar sus propias faltas. El libre albedrío es representativo de un regalo divino, no una amenaza. Y vivir en libertad, con amor y respeto, es ejercer ese regalo con dignidad.

Aunque no soy creyente, respeto profundamente la espiritualidad como camino de introspección, sanación y encuentro humano. Sin embargo, cuando se utiliza como arma de exclusión, pierde su esencia transformadora. El libre albedrío, lejos de ser pecado, es la manifestación más pura de la autonomía de la humanidad. Defenderlo es también defender el derecho a existir con autenticidad.

Paradójicamente, son muchos de los que se autoproclaman guardianes de la fe quienes, con sus condenas al libre pensamiento, alejan a las personas de sus iglesias. No por falta de fe, sino por exceso de juicio. Porque donde debería haber acogida, hay señalamiento; donde debería haber amor, hay castigo. Y así, la espiritualidad se convierte en un muro, cuando podría ser un puente. Comentarios: eljimagua@live.com.

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