Cuerpos invisibles: Flores eróticas y erguidas
Por: Francisco "El Jimagua" Cartagena Méndez
Escritor y activista social puertorriqueño
Twitter: @eljimagua
En mis caminos había solo sequías y desolaciones. Hasta que en otro amanecer solitario vi a Cristian
en la plaza. Recuerdo que me pasó por el
lado y mi canino olfato detectó un aroma a claveles y deseos. Desde entonces le
veía casi a diario, por lo que pude comprender que las flores todas, florecían
cada nuevo alba en su belleza. Tampoco había
soles que no se posaran en sonrisa, su sonrisa era la que me enloquecía.
Le conocí y me hice su amigo, hasta llegar a la noche de
los mil suspiros. Esa noche le desojé su ropa de algodón y seda. Le desnudé
pétalo tras pétalo para terminar con mis penumbras de ente solitario. Mordí sus
labios gruesos, mordí sus suspiros y su sonrisa.
Le besé con locura
y sujeté su pene que en mis manos crecía. Le masturbé y cuanto más apretaba sus
seis pulgadas duras y erguidas, mayor era su respuesta de fiera embestida a los
poros de mi cuerpo.
Sus uñas me dibujaban nuevos caminos en mi espalda
desierta de caricias. Luego me posé
encima de él y rosé mi pene con el suyo, como hidalgos guerreros espaldeando
suspiros y gemidos. Pero yo quería más caminos; «hazme la espalda sangre y no te detengas» -
le dije, mientras pecho con pecho y sudor con sudor le pedí que se adentrara en
mí, «quiero hacerme todo surcos con tu grandeza» - supliqué emocionado.
Me viré de frente pues quería ver sus ojos y los soles de
su sonrisa saciándose de mi estreché. Lo colocó con cuidado, se meneó con arte
y maestría, mientras yo era opera de gemidos. Siguió penetrándome así de frente,
y en su meneo sus labios gruesos yo mordía. Un estruendo y mis labios ya hechos
sangre avisaron de un río blanco en mi pecho.
Fui de él y de su grandeza, me llené de las flores de su
cuerpo y me mojé en su río blanco . Fui suyo aunque nunca lo fui en
realidad. Desde entonces mis sueños de
él son adicción nocturna.
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