martes, 13 de octubre de 2020

Cuando dije No al suicidio por ser gay

 

“Hay más razones para respetar la diversidad sexual humana, que estrellas en el universo” Cita de Francisco El Jimagua, Libro Fundamentos de la Equidad .


Cuando dije No al Suicidio

Por: Francisco El Jimagua Cartagena Méndez

Cuando dije no al suicidio

Mi niñez estuvo marcada por la homofobia religiosa y social. Creo que la mayoría de las personas que pertenecemos a la comunidad LGBTT enfrentamos en nuestra adolescencia un proceso de auto-aceptación que comienza con la negación de quienes somos en realidad. Estor surge por las condenas a la homosexualidad.

No recuerdo cuántas veces lloré, pero sí recuerdo que durante mi adolescencia pensé en quitarme la vida al menos en unas diez ocasiones. Quienes hemos pasado por esta situación reconocemos el dolor que trae consigo el tan solo pensar o intentar el acto de suicidio.

No soportaba más vivir fingiendo ser quien no era. Vivía un inmenso dolor al enamorarme de otros chicos y tener que ocultarlo hasta sentir asco por mí mismo; porque la religión me había creado pensamientos e ideas sobre aberraciones y pecados en su relación más injusta con la homosexualidad.

Teniendo un cuchillo en mis manos y llorando descontroladamente, comencé a pensar en el sufrimiento que dejaría tras mi muerte. Pensé en mi madre que había fallecido y recordando el inmenso dolor de su partida, pensé luego en mi padre, en mis hermanos y en mí mejor amigo Kevin. Los imaginé echándose culpas que no les correspondían, los vi llorando en mi funeral y cambiando drásticamente sus vidas si cortaba mis venas.

En algunas ocasiones pensé ahorcarme o simplemente lanzarme a algún vacío. También imaginé alguna vez que tomarme un frasco de pastillas sería una muerte menos dolorosa. Muchas veces,  me trepaba al techo de mi casa y bajo la lluvia y le gritaba a “Dios” – por qué me hiciste gay para tener que sufrir tanto; por qué siento asco por mí mismo; por qué nos odian y nos condenan tanto, si lo que sentimos es el mismo amor que pudieran sentir ellos.

En la escuela intermedia recuerdo que había un estudiante muy amanerado al que todos los días, muchos compañeros golpeaban y se burlaban de él por simplemente ser gay. Me convertí en uno más y un día le grité “pato”– para que nadie sospechara que yo también era gay. Esa acción es de lo peor y lo más cobarde que he podido hacer en toda mi vida.

Haber enfrentado a mis 16 años de edad los insultos, amenazas y los golpes de mi hermano mayor, quien se había enterado de mi homosexualidad, fue otro calvario que me hizo pensar en el suicidio en varias ocasiones. Mi propio hermano me ofendía con palabras aprendidas en la sociedad- “pato sidoso”, “y si le digo a papi que eres maricón”, “todos los gays tienen sida”- fueron sólo algunas de las expresiones que me realizó mi hermano, con quien peleé a los puños en muchas ocasiones y a quien también ofendí verbalmente como respuesta a sus acciones. Varios años luego de salir del armario lo perdoné de corazón por sus actos, pues él al igual que yo, era víctima de la homofobia.

 “Si tengo un hijo gay lo mato”, “prefiero una puta a una lesbiana”, “pa que sea pato que sea tecato”, “mi hijo no es gay”, “que hice mal para merecerme esto”, “yo  no procreo hijos maricones”, “te vas a pudrir en el infierno”, “hay que buscarte ayuda psicológica”, “Dios te va a sanar”… son algunos de los comentarios con los que millones de niños y niñas crecemos escuchando por parte de miembros de nuestras familias. Comentarios ofensivos que se vuelven tatuajes hirientes en nuestra alma y en nuestras pieles.

“Yo dije no al suicidio y a mis 18 años de edad salí del armario con mi padre. Fue uno de los momentos de mayor tensión y temor en mi vida, pero fue una decisión que me permitió comenzar a vivir verdaderamente sintiéndome feliz”.

Dije no al suicidio y hoy me encuentro batallando para que otros jóvenes le digan no también. En mi mente no cabe la idea de perder la vida de un adolescente o de cualquier persona porque su familia lo rechazó por causa de la desgraciada homofobia religiosa. Por condenas tan ilógicas, insensibles y abusadoras.

Cuando dije no al suicidio comprendí que aunque perdí 18 años de mi vida, le gané una batalla al fundamentalismo religioso y a la homofobia con la que crecí. Gané una batalla al sufrimiento que me acompañó tantos años haciéndome creer que era impuro, aberrante o un pecado.

Hoy reconozco que nada de eso es cierto. El pecado de la homosexualidad es un invento para controlar masas y adquirir dominio y poder, mediante el cual, los verdaderos demonios vestidos de ovejas blancas se lucran económicamente.

Cuando dije no al suicidio me propuse luchar por no leer más  noticias de adolescentes saltando de un puente, ahorcándose o cortándose las venas por causa del discrimen. Decidí luchar para hacerles comprender que son seres humanos hermosos, llenos de vida, de sueños, llenos de sentimientos puros. Por hacerles saber que merecen ser felices viviendo su verdadera orientación sexual. Por afirmarles la importancia de buscar ayuda a tiempo y aceptarnos tal cual somos, lo que representa ser una alternativa correcta, el suicidio no lo es.

¿Hasta cuándo los gobiernos permitirán que las religiones sigan promoviendo tanto odio en contra de la comunidad LGBTT?

Dónde queda el sentido de humanidad, de amor al prójimo y de amor a nuestras familias, si somos capaces de rechazar y abandonar a un jovencito o jovencita por causa de su orientación sexual.

¿Seremos capaces de promover la empatía, el razonamiento  y la compasión por nuestros semejantes y familiares?

Twitter: @eljimagua


No hay comentarios: