martes, 14 de octubre de 2014

Amar como aman nuestras mascotas

Por: Francisco "EL Jimagua" Cartagena Méndez
Escritor y Activista de derechos humanos
Octubre, 2014
¡Una mirada homosexual desde el Caribe!

Observe la manera mediante la que ama un pequeño gato o a un cachorrito; lo hacen sin discrimen alguno. Lo único que desean es sentir el afecto, el respeto y el amor de sus dueños. Los seres humanos debemos aprender mucho del amor de nuestras mascotas, pues comprenderíamos la importancia de que las deferencias sociales, raciales y étnicas, no deben ser razón para negarle ni prohibirle a nadie el poder amar en libertad.

Nuestras mascotas son alegres y cariñosas. Siempre están dispuestas a hacernos sentir felices, y cuando estamos triste seguramente compartirán nuestro dolor. En los perros en particular, su lealtad para con sus dueños es incuestionables.

Las personas de la Comunidad LGBTT, tendemos a crear un sentimiento de mayor sensibilidad ante el sufrimiento de otros, debido a que crecemos con mucho sufrir, al ser víctimas de discrimen y rechazo.

A un perro o a un gato no le importa el color de piel, ni la orientación sexual de la persona que le brinda un hogar, protección alimentación, pero sobre todo amor y cariño.

Los seres humanos decimos ser superiores al resto del mundo animal, pero ciertamente en el amor y el respeto demostramos, que un simple cachorrito, podría enseñarnos sobre lealtad y el puro y fehaciente amor.

Desconozco si se han realizado estudios empíricos sobre lo que voy a comentar a continuación, pero me atrevo a asegurar que las personas homosexuales son quienes mayor amor y respeto muestran por sus mascotas, al punto que conozco de muchos homosexuales que alimentan a perros y gatos que fueron abandonados por sus dueños.

Las personas heterosexuales, homosexuales (en fin, las personas) que hacen este tipo de acto bondadoso de alimentar a estos indefensos animalitos, abandonados por sus dueños, merecen todo nuestro respeto y admiración.

El mensaje central de este corto escrito sería; preguntarnos si verdaderamente nuestros corazones están vacíos de prejuicios y discrimen hacia nuestro prójimo, y si verdaderamente podemos amar sin necesidad de que las diferencias en los seres humanos sean un impedimento totalmente absurdo e innecesario.

Las sociedades fuéramos mucho mejores si diéramos paso al respeto los unos con los otros. Fuéramos mejores al decirle no al abandono de nuestros familiares o amigos porque son diferentes o porque aman de manera diferente a la impuesta (homsoexuales).

Fueramos mejores sociedades si comenzaramos a sentir la felicidad que siente un perro cuando su “humano” llega a la casa y tan solo anhela esa caricia, el plato de comida, y nuevamente el cariño, (porque el hambre es una necesidad fisiológica muy natural), al igual que el amor, y el amor no se le debe negar y muchos menos prohibir a nadie.

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