Por: Francisco "EL Jimagua" Cartagena Méndez
Escritor y Activista de derechos humanos
Octubre, 2014
¡Una mirada homosexual desde el Caribe!
Observe la manera
mediante la que ama un pequeño gato o a un cachorrito; lo hacen sin
discrimen alguno. Lo único que desean es sentir el afecto, el respeto y
el amor de sus dueños. Los seres humanos debemos aprender mucho del amor
de nuestras mascotas, pues comprenderíamos la importancia de que las
deferencias sociales, raciales y étnicas, no deben ser razón para
negarle ni prohibirle a nadie el poder amar en libertad.
Nuestras
mascotas son alegres y cariñosas. Siempre están dispuestas a hacernos
sentir felices, y cuando estamos triste seguramente compartirán nuestro
dolor. En los perros en particular, su lealtad para con sus dueños es
incuestionables.
Las personas de la Comunidad LGBTT, tendemos a
crear un sentimiento de mayor sensibilidad ante el sufrimiento de otros,
debido a que crecemos con mucho sufrir, al ser víctimas de discrimen y
rechazo.
A un perro o a un gato no le importa el color de piel,
ni la orientación sexual de la persona que le brinda un hogar,
protección alimentación, pero sobre todo amor y cariño.
Los seres
humanos decimos ser superiores al resto del mundo animal, pero
ciertamente en el amor y el respeto demostramos, que un simple
cachorrito, podría enseñarnos sobre lealtad y el puro y fehaciente amor.
Desconozco
si se han realizado estudios empíricos sobre lo que voy a comentar a
continuación, pero me atrevo a asegurar que las personas homosexuales
son quienes mayor amor y respeto muestran por sus mascotas, al punto que
conozco de muchos homosexuales que alimentan a perros y gatos que
fueron abandonados por sus dueños.
Las personas heterosexuales,
homosexuales (en fin, las personas) que hacen este tipo de acto
bondadoso de alimentar a estos indefensos animalitos, abandonados por
sus dueños, merecen todo nuestro respeto y admiración.
El mensaje
central de este corto escrito sería; preguntarnos si verdaderamente
nuestros corazones están vacíos de prejuicios y discrimen hacia nuestro
prójimo, y si verdaderamente podemos amar sin necesidad de que las
diferencias en los seres humanos sean un impedimento totalmente absurdo e
innecesario.
Las sociedades fuéramos mucho mejores si diéramos
paso al respeto los unos con los otros. Fuéramos mejores al decirle no
al abandono de nuestros familiares o amigos porque son diferentes o
porque aman de manera diferente a la impuesta (homsoexuales).
Fueramos
mejores sociedades si comenzaramos a sentir la felicidad que siente un
perro cuando su “humano” llega a la casa y tan solo anhela esa caricia,
el plato de comida, y nuevamente el cariño, (porque el hambre es una
necesidad fisiológica muy natural), al igual que el amor, y el amor no
se le debe negar y muchos menos prohibir a nadie.
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